San Francisco

Una ciudad a la que volvería siempre, y sobre la que suelo decir que un día no cogeré el avión de vuelta, es San Francisco. Me gusta perderme por las colinas, esquivar los tranvías, escuchar el ruido de las cadenas, avistar las gaviotas en el muelle, revisar las casas de Nob Hill y, sobre todo, atravesar el Golden Gate al atardecer hasta Sausalito. El camino de vuelta, con el sol bañando la ciudad, es uno de los más hermosos que recuerdo.

Pero, claro, además hay tiendas. No seré muy original, pero me encanta la zona de Union Square. Me chifla esa capacidad americana de juntar Neiman Marcus con Banana Republic y Chanel con Zara, y quedarse tan frescos. Las galerías de arte, Kenneth Cole (ropa de señores muy interesante), cómo no Gap (en mayo me tienen reservado un marco para ser clienta del mes), Bare Escentuals (el body polisher y el body conditioner que huele a rosas y vainilla...), las cuatro plantas de Borders y una tienda de discos de vinilo, Amoeba Records (1855 Haight Street) por la que una vez casi pierdo el avión. Y la del SF Museum of Arts, en la que no hay que perderse el apartado infantil.

Y, cómo no, Chinatown. Mejor a partir de la tercera calle partiendo de la gran puerta roja. Cuanto más al fondo, y más raro, más agradecida suele ser la tienda. Las de guiris, para los guiris. Y de vuelta, saliendo a la derecha, hay un par de tiendas de decoración occidentales muy recomendables. En una, la prudencia y el avión aconsejaron dejar un jarrón enorme hecho de papel maché. Le debí echar tanto de menos, que dos meses más tarde, el jarrón me reencontró en una tienda en Barcelona. Ya lo sabía Cortazar: el azar siempre ayuda a los amantes. Espero que el mío me devuelva a San Francisco.