Ayer cumplí uno de los sueños de una shopper: ir con unos manolos y volver con unos Prada... Porque sí, aquellos Manolos que (se) compró Armelita fracasaron en su intento de ajustarse al pie y a las circunstancias vitales de su destinataria. ((A mí me venían pintados, pero no tocaban))
En can Blahnik hay zapatos estupendos, pero hay otras joyas. En Jorge Juan, entre Príncipe de Vergara y Diego de León hay una pequeña tienda donde tienen la mayoría de la competencia: desde Jimmy Choo a Weizman, pasando por Sergio Rossi y demás. La tentación en todas sus formas.
Pero, vamos, hacer de Cenicienta en aquellos preciosos sofás violetas de la tienda de Serrano 58 también hubiera tenido su punto.
La guinda al día la puso Prada. Cuando estaba acabando ya mis cuestiones profesionales, sonó el teléfono con el anuncio de que mis sandalias ya estaban arregladas. Tres semanas han tardado, una menos de la previsión inicial. Eso es servicio técnico. En 20 minutos me planté allí, previa parada por Etro, donde habían comenzado rebajas de la forma más discreta del mundo, sorprendente viniendo de los estampados más folkloricos de Italia. Me gustaron especialmente los bikinis y las camisas de hombre.
Así que feliz, muy feliz, volví yo de Madrid con mi bolsa de Prada y mis sandalias perfectas. Porque esas sí eran mías y me las había ganado yo :-)
30 junio 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Felicidades, princesa. Nunca antes unas sandalias proporcionaron tanta dicha a su usuaria.
Publicar un comentario