
Ni en Tokio tienes tanta sensación de apelotonamiento como en el principado, con sus yates excesivos, sus Lamborghinis cual vespas y las rubias recauchutadas.
Y, claro, como tanto lujo, tanta tienda imposible (está toda la Place Vendome y la Avenue Montaigne representada) ya cansa, pues don Amancio ha abierto un Zara, que seduce hasta a las princesas.
Allí, entre montones arrugados y pantalones con rotos, Carlota Casiraghi hace su aparición cual recién salida de la plácida siesta de sábado por la tarde.
Sola, con un jersey de su difunto abuelo por lo menos, una faldita casual y unas hawaianas ya de chiripa, y guapa como sólo puede ser una diosa de 21 años, revisa con fruición percheros y estantes, ajena por completo a un grupo de periodistas marujas en modo oposiciones-al-Hola.
Ya lo dice mi amigo Ángel, el glamour es cosa de pobres. Aun sin peinar y de cualquier forma, sólo los divinos tienen tanto estilo. Scott Fitzgerald no lo hubiera retratado mejor.
1 comentario:
Anda que no te has dado prisa ni nada en en sacar a Carlota. :)
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